NOVENA DE ACCIÓN DE
GRACIAS A LA SANTÍSIMA VIRGEN DE POMPEYA POR LOS BENEFICIOS RECIBIDOS
Por
el Beato Bartolo Longo
V. Oh
Dios, venid en mi ayuda.
R. Señor,
apresuraos a socorredme.
V. Gloria
al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Como
era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Así sea.
I. Heme aquí a tus plantas, ¡oh Madre Inmaculada de Jesús!, que gozas al ser llamada Reina del Rosario del Valle de Pompeya.
Con regocijo de mi corazón, y con el ánimo henchido de la más viva gratitud, vuelvo a Ti, mi generosa Bienhechora, mi dulce Señora, Soberana de mi corazón, pues te has mostrado como verdadera Madre mía, Madre que inmensamente me ama.
Yo te supliqué, con gemidos y lágrimas, y Tú me consolaste; yo me hallaba en duros aprietos, y Tú me devolviste la paz.
Dolores y congojas mortales oprimían mi corazón, y Tú, oh Madre, desde tu trono de Pompeya con una piadosa mirada me tranquilizaste.
¡Ah! quién se dirigió a Ti con confianza y no fue escuchado ¡Oh, sí todo el mundo conociera cuán buena y compasiva eres con quien sufre, todas las criaturas acudirían a Ti!
Seas pues para siempre bendita, oh Virgen soberana de Pompeya; bendita para siempre de mí y de todos, de los hombres y de los ángeles, en la tierra y en el cielo. Así sea.
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra.
Dios te salve.
A Ti clamamos los desterrados hijos de Eva, a Ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora Abogada Nuestra, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos, y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
II. Doy gracias a Dios y a Ti, Madre mía, por los nuevos beneficios que por tu piedad y misericordia me han sido concedidos.
¿Qué hubiera sido de mí si Tú hubieras rechazado mis suspiros y lágrimas?
Por mí te tributen gracias los ángeles del Paraíso, y los coros de los apóstoles, de los mártires, de las vírgenes y de los confesores; por mí te den gracias también tantos pecadores por Ti salvados, que ahora gozan en el cielo de la visión de tu inmortal belleza.
¡Ojalá conmigo te amaran las criaturas todas, y el mundo entero se hiciera eco de mis agradecimientos! Por tantos favores recibidos, ¿qué podría yo devolverte, oh Reina, llena de piedad y magnificencia?
La vida que me queda yo la consagro a Ti, para propagar por doquiera tu culto, oh Virgen del Rosario de Pompeya, por cuya merced el Señor me visitó con, su gracia.
Promoveré la devoción de tu Rosario, narraré a todos la misericordia que me alcanzaste, predicaré siempre lo buena que fuiste conmigo para que los indignos y pecadores, como yo, acudan a Ti con confianza.
Dios Te salve, Reina,
Madre de misericordia…
III. ¿Con qué nombres te saludaré, candorosa paloma de paz? ¿Con qué título te invocaré, cuando los doctores te llamaron: "Señora de lo criado, Puerta de la vida, Templo de Dios, Alcázar de luz, Gloria de los cielos, Santa entre los santos, Paraíso del Altísimo?".
Tú eres la tesorera de las gracias, la omnipotencia suplicante; diré más, la misericordia de Dios, que se derrama abundantemente sobre los desdichados.
Pero sé también que es dulce a tu corazón el ser llamada Reina del Rosario del Valle de Pompeya; y llamándote así, siento la dulzura de tu místico nombre ¡oh Rosa del Paraíso, trasplantada al Valle de lágrimas para suavizar las penas de los tristes desterrados hijos de Eva!.
Tú eres la rubicunda Rosa de caridad, más fragante que todos los aromas del Libano, que en tu valle con perfume de celestial suavidad elevas los corazones de los pecadores a Dios.
Tú la Rosa de eterna frescura que, regada por las aguas celestiales, echaste raíces en un terreno asolado por una lluvia de fuego.
Tú la Rosa de Inmaculada belleza que del sitio de desolación hiciste jardín ameno de las delicias del Señor.
¡Ensalzado sea Dios, que ha hecho tan admirable tu nombre! ¡Bendecid pueblos, el nombre de la Virgen de Pompeya, pues rebosa la tierra de su misericordia!
Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…
IV. Sumergido por la tempestad, desde el fondo del abismo levanté mis ojos a Ti ¡oh nueva estrella de esperanza, aparecida en nuestros días sobre el Valle de las ruinas!
Desde la más intensa amargura, levanté mi voz a Ti, Reina del Rosario de Pompeya, y experimenté el poder de este título, de Ti tan querido.
Dios te salve, clamaré siempre, salve oh Madre de Piedad, mar inmenso de gracias, océano de bondad y compasión!
Las nuevas glorias de tu Rosario, las recientes victorias de tu corona, ¿quién dignamente podrá cantarlas?
Al mundo insensato que se arranca de los brazos de Jesús para entregarse en los de Luzbel, Tú le proporcionaste la salvación en aquel mismo Valle, donde Satanás devoraba a las almas.
Tú hallaste triunfadora las ruinas de los templos paganos, y sobre sus escombros asentaste la grada de tu excelso trono.
Tú, trocaste las playas de muerte en Valle de resurrección y de vida, y sobre la tierra que dominaba tu enemigo, edificaste la ciudadela de refugio, a donde se acogen los pueblos para hallar su amparo y salud.
Allí tus hijos, dispersos por el mundo te levantaron un trono, como monumento de tus portentos y trofeo de tus misericordias.
Desde aquel Trono me llamaste a mí también para admitirme entre los hijos de tu predilección; sobre mí, pobrecillo, se detuvo la mirada de tu clemencia.
¡Benditas sean por eternidad de eternidades tus obras oh Señora; y benditos para siempre todos los prodigios que obraste en el Valle del exterminio y de la desolación!
Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…
V. Todas las lenguas ensalcen tus glorias, ¡oh Señora!, y el tenue crepúsculo vespertino transmita a la clara aurora los dulces acordes de nuestras bendiciones.
Todas las gentes Te llamen venturosa, y venturosa repitan las riberas del mar y la inmensidad de los cielos. Tres veces bienaventurada te llamaré con los Ángeles, Arcángeles y Principados; tres veces bienaventurada con las Potestades angelicales, con las Virtudes de los ciclos, con las Dominaciones soberanas.
Dichosísima te pregonaré con los tronos, los Querubines y los Serafines.
¡Oh Soberana y Salvadora mía! No dejes de fijar tu mirada compasiva sobre mi familia, mi Patria y toda la Iglesia.
Particularmente te suplico no me niegues la mayor de las gracias, esto es, la de que mi fragilidad no me aparte nunca jamás de Ti.
Haz en fin, que todos los que cooperamos a la grandeza de tu Santuario de Pompeya, seamos del número de los escogidos.
¡Oh Santo Rosario de mi Madre, te estrecho contra mi pecho y con reverencia te beso! (aquí besa cada uno su rosario), Tú eres vía para llegar a todas las virtudes; tesoro de méritos para el paraíso; prenda de predestinación; inquebrantable cadena que sujeta al enemigo; manantial de paz para los que te honran en vida augurio de la victoria para los que te besan en la hora de la muerte!
En aquella hora postrera yo te espero, oh Madre mía; tu presencia será la señal de mi salvación, y tu Rosario me franqueará las puertas del cielo. Así sea.
Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…
V. Ruega
por nosotros, Reina del Santísimo Rosario.
R. Para
que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
ORACIÓN.
¡Oh Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo! que nos habéis enseñado a acudir a Vos con confianza y llamaros Padre Nuestro que estás en los cielos; ¡ah! bondadoso Señor, de quien es propio el usar siempre de misericordia y perdonar, por la intercesión de la Virgen Inmaculada, oíd propicio a los que nos gloriamos del título de hijos del Rosario; mirad con agrado nuestro humilde tributo de acción de gracias por los dones recibidos; y el trono que levantasteis en el Santuario de Pompeya, volvedlo cada día más glorioso e imperecedero; por los merecimientos de Nuestro Señor Jesucristo Así sea.