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viernes, 2 de abril de 2021

Los 7 Dolores de la Virgen

 

 

Los 7 Dolores de la Virgen

Esta oración nos ayudará a meditar, los Dolores que padeció la Virgen María.

 

T: Acto de Contrición: Señor mío, Jesucristo, me arrepiento profundamente de todos mis pecados. Humildemente suplico Tu perdón y por medio de Tu gracia, concédeme ser verdaderamente merecedor de Tu amor, por los méritos de Tu Pasión y Tu muerte y por los dolores de Tu Madre Santísima. Amén.

 

Primer Dolor

La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús

 

Lector 1: "Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»"

 

Lector 2: Meditación:

 Dijo la Virgen Santísima a Santa Matilde que, ante el aviso de Simeón, “toda su alegría se volvió tristeza”. Porque como le fue revelado a Santa Teresa, la Madre Santísima, aunque sabía desde el principio que su Hijo sería sacrificado por la salvación del mundo, sin embargo, desde esa profecía, conoció en particular y con más en detalle las penas y la muerte despiadada que le había de sobrevenir a su amado Hijo. Conoció que le iban a perseguir y contradecir en todo. En la doctrina, porque en vez de creerle lo habían de tener por blasfemo al afirmar que era Hijo de Dios, como lo declaró el impío Caifás cuando dijo: “Ha blasfemado… es Reo de muerte” (Mt 26, 65-66).

 

Lector 3: Oración a la Virgen María:

Por el dolor que sentiste cuando Simeón te anunció que una espada de dolor atravesaría tu alma, por los sufrimientos de Jesús, y ya en cierto modo te manifestó que tu participación en nuestra redención como corredentora sería a base de dolor; te acompañamos en este dolor... Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos hijos tuyos y sepamos imitar tus virtudes.

Dios te salve, María...

 

Segundo Dolor

La huida a Egipto con Jesús y José

 

Lector 1: Después que ellos se retiraron, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.» Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.

 

Lector 2: Meditación:

  Cuando oyó Herodes que había nacido el Mesías esperado, temió neciamente que le iba a arrebatar su reino. Esperaba el impío que los Reyes Magos le trajeran noticias de dónde había nacido el Niño Rey a fin de quitarle la vida, pero al verse burlado por ellos, ordenó la matanza de todos los niños de Belén. Por eso el Ángel se apareció en sueños a San José y le ordenó: “Levántate, toma el Niño y a su Madre, y huye a Egipto” (Mt 2,13). Y entonces comprendió la afligida María que ya comenzaba a realizarse en su Hijo la profecía de Simeón, viendo que, apenas nacido, era perseguido a muerte. Qué sufrimiento el del Corazón de María oír que se le intimaba la orden de ir con su Hijo a tan duro destierro. Es fácil imaginar lo mucho que María sufrió en este viaje. Era grande la distancia hasta Egipto, trescientas millas requerían un viaje de treinta días. El camino era escabroso, desconocido y poco frecuentado, el clima, desapacible. María era doncella joven y delicada, no acostumbrada a semejantes viajes. ¿Dónde pernoctarían durante tan largo viaje con doscientas millas de desierto, sino sobre la arena? Vivieron en Egipto siete años. Eran forasteros desconocidos, sin rentas, sin dinero, sin parientes. Apenas podían sustentarse con sus modestos trabajos hechos a mano. María vivía allí tan en la pobreza que alguna vez pasaron hambre sin tener ni un bocado de pan que darle a su Hijo. Ver a Jesús y María con San José andar por el mundo como errantes y fugitivos nos debe mover a vivir también en la tierra como peregrinos, sin aferrarse a los bienes que el mundo ofrece, como quienes pronto lo tendremos que dejar todo y pasar a la vida eterna. Nos enseña además a abrazar la cruz, pues no se puede vivir en este mundo sin cruces. Amemos y consolemos a María acogiendo dentro de nuestros corazones a su Hijo, que todavía es perseguido y maltratado por los hombres con sus pecados.

 

Lector 3: Oración a la Virgen María:

 Por el dolor que sentiste cuando tuviste que huir precipitadamente tan lejos, pasando grandes penalidades, sobre todo al ser tu Hijo tan pequeño; al poco de nacer, ya era perseguido de muerte el que precisamente había venido a traernos vida eterna; te acompañamos en este dolor. . . Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos huir siempre de las tentaciones del demonio.

Dios te salve, María...

 

Tercer Dolor

La pérdida de Jesús

 

Lector 1: Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; 45.pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.» .Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» .Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio."

 

Lector 2: Meditación:

  Qué ansiedad tuvo que experimentar esta afligida Madre durante aquellos tres días en los que anduvo por todos lados preguntando por su Hijo, como la Esposa de los Cantares: “¿Acaso habéis visto al que ama mi alma?” (Cant 3,3). Este tercer dolor de María primeramente debe servir de consuelo a quienes están desolados y no gozan de la presencia de su Señor, que en otro tiempo sintieron. Lloren, sí, pero con paz, como lloraba María la pérdida de su Hijo. Y el que quiera encontrar al Señor sepa que debe buscarlo, no entre las delicias y los placeres del mundo, sino entre las cruces y las mortificaciones, como lo buscó María. “Tu padre y yo te hemos buscado llenos de aflicción” (Lc 2,48) dijo Ella a su Hijo. Debemos aprender de María a buscar a Jesús. Por lo demás es el único bien que debemos buscar: Jesús. Si María lloró tres días la pérdida de su Hijo, con cuánta más razón deben llorar los pecadores que han perdido la gracia de Dios, porque esto es lo que hace el pecado, separa el alma de Dios, por lo cual, aunque un pecador sea muy rico, habiendo perdido a Dios, todo lo de la tierra no es más que humo y sufrimiento.

 

Lector 3: Oración a la Virgen María:

Por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al perder a tu Hijo; tres días buscándolo angustiada; pensarías qué le habría podido ocurrir en una edad en que todavía dependía de tu cuidado y de San José; te acompañamos en este dolor. . . Y, por los méritos del mismo, haz que los jóvenes no se pierdan por malos caminos.

Dios te salve, María...

 

Cuarto Dolor

El encuentro de Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario

 

Lector 1: En su camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos, pueblo, gentes de buenos sentimientos... También se encuentra allí María, que no aparta la vista de su Hijo, quien, a su vez, la ha entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un momento en que sus miradas se encuentran, la de la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por el amor y la compasión que se transmiten.

 

Lector 2: Meditación:

Oh Madre dolorosa”, le diría San Juan “Tu Hijo ya ha sido sentenciado a muerte y ya ha salido llevando Él mismo la cruz camino del Calvario. Ven, si quieres verlo y darle el último adiós en el camino por donde ha de pasar.” Parte María con Juan. Esperó en aquel lugar ¡y cuántos escarnios tuvo que oír de los judíos –que ya la conocían– dirigidos contra su Hijo, y, tal vez, contra Ella misma! ¡Qué exceso de dolor fue para Ella ver los clavos, los martillos y los cordeles que llevaban delante los verdugos y todos los horribles instrumentos para matar a su Hijo! Pero ahora los instrumentos de ejecución, los verdugos, todos han pasado. María levanta sus ojos. Y ¿qué ve? ¡Oh Señor! Ve a un joven cubierto de sangre y heridas de pies a cabeza, con una corona de espinas, con una pesada cruz sobre sus espaldas. Miró a Él pero apenas lo reconoció. Las heridas, los hematomas y la sangre coagulada le hacían semejante a un leproso, estaba desconocido. El Hijo, apartándose de los ojos un grumo de sangre que le impedía la visión –como le fue revelado a Santa Brígida– miró a la Madre, y la Madre miró al Hijo. Sus miradas llenas de dolor fueron como otras tantas flechas que traspasaron aquellas almas enamoradas. Pero a pesar de que ver morir a Jesús le ha de costar un dolor tan acerbo, la amante María no quiere dejarlo. La Madre lleva su cruz y le sigue para ser crucificada con Él. Tengamos compasión de Ella y procuremos seguir a su Hijo y a Ella también nosotros, llevando con paciencia la cruz que nos envía el Señor.

 

Lector 3: Oración a la Virgen María:

Por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver a tu Hijo cargado con la cruz, como cargado con nuestras culpas, llevando el instrumento de su propio suplicio de muerte; Él, que era creador de la vida, aceptó por nosotros sufrir este desprecio tan grande de ser condenado a muerte y precisamente muerte de cruz, después de haber sido azotado como si fuera un malhechor y, siendo verdadero Rey de reyes, coronado de espinas; ni la mejor corona del mundo hubiera sido suficiente para honrarle y ceñírsela en su frente; en cambio, le dieron lo peor del mundo clavándole las espinas en la frente y, aunque le ocasionarían un gran dolor físico, aún mayor sería el dolor espiritual por ser una burla y una humillación tan grande; sufrió y se humilló hasta lo indecible, para levantarnos a nosotros del pecado; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos vasallos de tan gran Rey y sepamos ser humildes como Él lo fue.

Dios te salve, María...

 

Quinto Dolor

La crucifixión y la agonía de Jesús

 

Lector 1: "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» .Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed.» Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu."

 

Lector 2: Meditación:

Apenas llegado al Calvario el Redentor, rendido de fatiga, los verdugos lo despojaron de sus vestiduras y clavaron en la cruz sus sagradas manos y sus pies. Una vez crucificado, levantaron en alto la cruz, y así lo dejaron hasta que muriera. Lo abandonaron los verdugos, pero no lo abandonó su Madre. Entonces se acercó más a la cruz para asistir a su muerte. Así lo dijo la Santísima Virgen a Santa Brígida: “Yo no me separaba de Él, y me aproximé más a su cruz”. Oh verdadera Madre, Madre llena de amor, a la que ni siquiera el espanto de la muerte pudo separar del Hijo amado. Pero, oh Señor, ¡qué espectáculo tan doloroso era ver a este Hijo agonizando sobre la cruz, y ver agonizar a esta Madre al pie de la cruz, que sufría todas las penas que padecía el Hijo! Todos estos sufrimientos de Jesús, eran a la vez sufrimientos de María. “Cuantas eran las llagas en el cuerpo de Cristo –dice San Jerónimo– otras tantas eran las llagas en el corazón de María.” “El que entonces se hubiera encontrado en el Calvario, dice San Juan Crisóstomo, habría encontrado dos altares donde se consumaban dos grandes sacrificios: Uno en el cuerpo de Jesús, y otro en el Corazón de María”

 

Lector 3: Oración a la Virgen María:

Por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la crueldad de clavar los clavos en las manos y pies de tu amadísimo Hijo, y luego al verle agonizando en la cruz; para darnos vida a nosotros, llevó su pasión hasta la muerte, y éste era el momento cumbre de su pasión; Tú misma también te sentirías morir de dolor en aquel momento; te acompañamos en este dolor. Y, por los méritos del mismo, no permitas que jamás muramos por el pecado y haz que podamos recibir los frutos de la redención.

Dios te salve, María...

 

Sexto Dolor

La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto

 

Lector 1: "Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. Se extrañó Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo. Informado por el centurión, concedió el cuerpo a José, quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro" .

 

Lector 2: Meditación:

Basta decirle a una madre que ha muerto su hijo para revivir en ella todo el amor hacia el hijo perdido. “Uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua” (Jn 19,34 Compartió Cristo con su Madre el sufrimiento de esta herida. De modo que él recibió el ultraje y María el dolor. Fueron tantos y tales los sufrimientos de María, que no murió sólo por milagro de Dios. En los demás dolores tenía al menos a su Hijo que la compadecía, pero en éste no tenía al Hijo que la pudiera consolar. He aquí que ya bajan a Jesús de la cruz y la afligida Madre, extendiendo los brazos, va al encuentro de su amado Hijo, lo abraza y después se sienta al pie de la cruz. Su Hijo murió por los hombres, pero ellos continúan persiguiéndole y crucificándole con sus pecados. Tomemos la resolución de no atormentar más a esta Madre Dolorosa, y si en lo pasado la hemos afligido con nuestros pecados, hagamos ahora lo que Ella nos pide.

 

Lector 3: Oración a la Virgen María:

Por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la lanzada que dieron en el corazón de tu Hijo; sentirías como si la hubieran dado en tu propio corazón; el Corazón Divino, símbolo del gran amor que Jesús tuvo ya no solamente a Ti como Madre, sino también a nosotros por quienes dio la vida; y Tú, que habías tenido en tus brazos a tu Hijo sonriente y lleno de bondad, ahora te lo devolvían muerto, víctima de la maldad de algunos hombres y también víctima de nuestros pecados; te acompañamos en este dolor... Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos amar a Jesús como Él nos amó.

Dios te salve, María...

 

Séptimo Dolor

El entierro de Jesús y la soledad de María

 

Lector 1: Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús."

 

Lector 2: Meditación:

 A fin de considerar mejor este último misterio de dolor, volvamos al Calvario para contemplar a la afligida Madre que aún tiene abrazado a su Hijo muerto. Los santos discípulos, temiendo que la Virgen muriese allí de dolor, se apresuraron a quitarle de su regazo al Hijo muerto para darle sepultura. Por lo cual, con reverente violencia se lo quitaron de los brazos, y, embalsamándolo con aromas, lo envolvieron en la sábana ya preparada. Lo llevan al sepulcro en fúnebre cortejo; la Madre Dolorosa sigue al Hijo camino a la sepultura. Al rodar la piedra para cerrar el sepulcro los angustiados discípulos del Salvador, debieron dirigirse a la Virgen para decirle: “Señora, hay que rodar la piedra, resígnate, míralo por última vez y despídete de tu Hijo” Por fin ruedan la piedra y queda encerrado en el Santo Sepulcro el Cuerpo de Jesús, aquel gran tesoro, que no lo hay mayor ni en el Cielo ni en la tierra. María deja sepultado su Corazón en el sepulcro con Jesús, porque Jesús es todo su tesoro: “Donde está tu tesoro está tu corazón” (Lc 12,34). Y con esto, dando el último adiós al Hijo y al sepulcro, se marchó y volvió a su casa. Andaba María tan triste y afligida, que, según San Bernardo: “provocaba las lágrimas de muchos”, de modo que por donde pasaba, los que la veían no podían contener el llanto, y agrega San Bernardo que los santos discípulos y mujeres que la acompañaban, lloraban aún más por Ella que por su Señor.

 

Lector 3: Oración a la Virgen María:

Por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al enterrar a tu Hijo; El, que era creador, dueño y señor de todo el universo, era enterrado en tierra; llevó su humillación hasta el último momento; y aunque Tú supieras que al tercer día resucitaría, el trance de la muerte era real; te quitaron a Jesús por la muerte más injusta que se haya podido dar en todo el mundo en todos los siglos; siendo la suprema inocencia y la bondad infinita, fue torturado y muerto con la muerte más ignominiosa; tan caro pagó nuestro rescate por nuestros pecados; y Tú, Madre nuestra adoptiva y corredentora, le acompañaste en todos sus sufrimientos: y ahora te quedaste sola, llena de aflicción; te acompañamos en este dolor... Y, por los méritos del mismo, concédenos a cada uno de nosotros la gracia particular que te pedimos...

Dios te salve, María...


Oración final

Oh Doloroso e Inmaculado Corazón de María, morada de pureza y santidad, cubre mi alma con tu protección maternal a fin de que siendo siempre fiel a la voz de Jesús, responda a Su amor y obedezca Su divina voluntad. Quiero, Madre mía, vivir íntimamente unido a tu Corazón que está totalmente unido al Corazón de tu Divino Hijo. Átame a tu Corazón y al Corazón de Jesús con tus virtudes y dolores. Protégeme siempre. Amén.


Leer las promesas y gracias que Jesús y María concederán a los devotos a los 7 dolores de María Santísima.... (clic aquí)



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