Solemnidad de la
Anunciación del Señor
Fecha: 25
de marzo
Hagiografía: «Vidas
de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: solemnidad
de la Anunciación del Señor. Cuando en la ciudad de Nazaret el ángel del Señor
anunció a María: «Concebirás y darás a luz un hijo, y se llamará Hijo del
Altísimo», María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra».
Y así, llegada la plenitud
de los tiempos, el que desde antes de los siglos era el Unigénito Hijo de Dios,
por nosotros los hombres y por nuestra salvación, por obra del Espíritu Santo
se encarnó en María, la Virgen, y se hizo hombre.
Refieren a este santo: Natividad
de la bienaventurada Virgen María
Significado teológico de esta celebración
Esta gran fiesta tomó su
nombre de la buena nueva anunciada por el arcángel Gabriel a la Santísima
Virgen María, referente a la Encarnación del Hijo de Dios. Era el propósito
divino dar al mundo un Salvador, al pecador una víctima de propiciación, al
virtuoso un modelo, a esta doncella -que debía permanecer virgen- un Hijo, y al
Hijo de Dios una nueva naturaleza, una naturaleza humana capaz de sufrir el
dolor y la muerte, a fin de que Él pudiera satisfacer la justicia de Dios por
nuestras transgresiones. El Espíritu Santo, que para la Virgen estaba en el
lugar del esposo, no se contentó con hacer que su cuerpo fuera capaz de dar la
vida al Dios Hombre, sino que enriqueció su alma con la plenitud de la gracia,
de suerte que pudiera haber una especie de proporción entre la causa y el
efecto y, para que ella pudiera ser la criatura más cualificada para cooperar
en este misterio de santidad; por lo tanto, el ángel se dirigió a ella,
diciéndole: «Dios te salve María, llena eres de gracia». Si María no hubiese
estado profundamente arraigada en la humildad, esta forma de salutación y el
significado del gran designio para el que se pedía su cooperación, fácilmente
la habrían envanecido, pero en su humildad, ella sabía que la gloria de
cualquier gracia que poseyera pertenecía a Dios. Su modestia había sugerido una
duda, pero una vez que ésta fue disipada, sin más investigación, dio su
asentimiento para esa su misión celestial. «He aquí la sierva del Señor, hágase
en mí según tu palabra». El mundo no iba a tener un Salvador hasta que ella
hubiese dado su consentimiento a la propuesta del ángel. Lo dio y he aquí el
poder y la eficacia de su ¡Fiat! (hágase). En ese momento, el misterio de amor
y misericordia prometido al género humano miles de años atrás, predicho por
tantos profetas, deseado por tantos santos, se realizó sobre la tierra. En ese
instante, el Verbo de Dios quedó para siempre unido a la raza humana: el alma
de Jesucristo, producida de la nada, empezó a gozar de Dios y a conocer todas
las cosas, pasadas, presentes y futuras; en ese momento Dios comenzó a tener un
adorador infinito y el mundo un mediador omnipotente y, para la realización de
este gran misterio, solamente María es escogida para cooperar con su libre
consentimiento.
Historia de la
celebración litúrgica de la Anunciación
Hay razones para creer
que, de entre todos los grandes misterios de la vida de Nuestra Señora, la
Anunciación haya sido el primero en ser honrado litúrgicamente y que,
habiéndose identificado, como quiera que fuese, la fecha de ese evento, con el
día 25 de marzo, llegó a ser el punto de partida de todo lo que podría llamarse
ciclo de Navidad. Si Nuestro Señor se encarnó el 25 de marzo, era natural
suponer que naciera el 25 de diciembre; su circuncisión seguiría el 1° de enero
y su presentación en el templo y la purificación de su Madre, el 2 de febrero,
cuarenta días después de aquél en que los pastores se reunieron en Belén,
alrededor del pesebre. Más aún, ya que el día de Anunciación era «el sexto mes
para Isabel, la que se decía estéril», el nacimiento de san Juan Bautista se
produciría tan sólo una semana antes de terminar junio. Lo que sabemos de
cierto es que ya, en los primeros años del siglo tercero, Tertuliano (Adv.
Judaeos, c. VIII) establece definitivamente que nuestro Salvador murió en la
cruz el 25 de marzo. Más aún, esta tradición, si puede ser llamada así, está
confirmada por otros escritores antiguos, sobre todo por Hipólito en la primera
mitad del mismo siglo tercero quien, no solamente en su comentario sobre Daniel
indica este mismo día como el de la Pasión del Señor, sino que en su crónica
señala para el 25 de marzo «el nacimiento de Cristo», así como su crucifixión.
San Agustín está de acuerdo en esto, ya que en su obra De Trinitate (4:5)
declara que Jesús fue «ejecutado el 25 de marzo, el mismo día del año que aquél
en que fue concebido» («Octavo enim kalendas aprilis conceptus creditur quo et
passus»).
Al mismo tiempo, no se debe
suponer que este reconocimiento de un día en particular en el calendario como
el verdadero aniversario de la visita del ángel a María, implique
necesariamente que una celebración litúrgica haya sido ya instituida para
conmemorarlo. Aparte de la Natividad, la Resurrección de Nuestro Señor y la
fiesta de Pentecostés, el calendario primitivo de la Iglesia sólo parece haber
honrado formalmente el nacimiento para el cielo de sus mártires. Pero todos los
grandes episodios en la historia de la Redención del hombre llegan
paulatinamente a ser honrados por separado, mediante un ofrecimiento especial
del santo sacrificio, con formularios de oración apropiados para la ocasión.
Desgraciadamente, la literatura de la Iglesia primitiva abunda en documentos
apócrifos, a menudo atribuidos, sin comprobación, a escritores cuyos nombres
son famosos en la historia de la Iglesia. Hay también discursos y libros que
han sido interpolados con material extraño o que, en el proceso de traducción a
otras lenguas, han tomado un colorido que corresponde, no al original, sino al
país o período en que se hizo la traducción. Todo esto debe necesariamente
exigir grandísima precaución al sacar deducciones de alusiones literarias que
no pueden ser citadas con seguridad. Aunque a San Gregorio Taumaturgo, que
vivió en el siglo III, se le atribuyen no menos de seis sermones que tienen por
tema la Anunciación, no hay una base sólida para creer que todos ellos sean
auténticos, mucho menos para suponer que algunas de esas fiestas fueran
celebradas en tal fecha. Pero antes del año 400, se construyó una iglesia en
Nazaret para conmemorar la Anunciación y, la construcción de una iglesia puede
tomarse como una buena prueba de alguna celebración litúrgica de la ocasión que
expresamente conmemora.
Tal solemnidad habría sido
adoptada de una manera semejante, en el curso del tiempo, en otras localidades
y, probablemente se difundió, poco a poco, en todo el mundo cristiano. Parece
haber una indicación de esto en un sermón de san Proclo de Constantinopla, antes
del año 446, pero un ejemplo más satisfactorio se encuentra en un discurso de
san Abramio, obispo de Éfeso, alrededor de un siglo después. Como la tradición
oriental se opuso siempre a la celebración de algún día en particular de la
liturgia eucarística durante la Cuaresma, exceptuando el domingo (en algunos
países, también el sábado), se tuvo por costumbre no celebrar ninguna fiesta
durante el gran ayuno. Esto debe haber impedido el reconocimiento general de la
Anunciación, y de hecho, descubrimos que el Concilio in Trullo, en 692, define
la regla de que las fiestas litúrgicas no se celebraran en los días entre
semana durante la Cuaresma, con la sola excepción de la fiesta de la
Anunciación, el 25 de marzo. Por el discurso de san Abramio, arriba mencionado,
sabemos que ya previamente hubo una conmemoración de este misterio (la que por
supuesto debe ser considerada tanto fiesta de Nuestro Señor como de su Madre)
el domingo anterior a Navidad. La celebración de esta fiesta, en marzo, entre
los griegos, está claramente comprobada alrededor del año 641 por el Chronicon
Paschale.
En Occidente, la historia
parece haber sido muy semejante. Lo expuesto acerca de la fecha generalmente
aceptada y que coincide con la celebración de las solemnidades de la Semana
Santa o, en todo caso, con los ayunos de la Cuaresma, fue siempre un obstáculo
para la celebración de una fiesta en marzo. Sabemos por San Gregorio de Tours,
que en el Siglo VI se celebraba en las Galias una fiesta de Nuestra Señora -su
finalidad especial no se menciona- «a mediados de enero». El «Hieronymianum» de
Auxerre (c. 595), aparentemente indica con más precisión el 18 de enero, pero
se refiere expresamente a su muerte. La elección de esta fecha parece haber
estado determinada por el deseo de evitar la posibilidad de coincidencia con el
día más cercano en el que pudiera caer el domingo de Septuagésima y esto, por
lo tanto, apunta a una celebración litúrgica que era más que una mera
iniciación del martirologio. En Milán, en Aquilea y en Ravena, así como entre
los muchos recuerdos que nos restan del primitivo rito mozárabe en España,
encontramos indicios de una conmemoración durante el Adviento, enfatizándose la
relación especial de Nuestra Señora al misterio de la Encarnación; mientras que
en los decretos del Concilio de Toledo, en 656, encontramos una declaración
precisa sobre el asunto. Esta promulgación deplora la entonces prevalente
diversidad de usos respecto a la fecha en que se celebraba la fiesta de la
Madre de Dios; señala la dificultad de observarla en el día preciso en que el
ángel se le apareció para anunciarle la concepción de su Divino Hijo, debido a
la posibilidad de que la fiesta ocurriera durante la semana de Pasión y
determina que, en el futuro, debería celebrarse el 18 de diciembre, exactamente
una semana antes de Navidad [esta institución es la de la solemnidad de la
Expectación del Parto, o «Virgen de la O», n de ETF]. Los estatutos de Sonado,
obispo de Reinas (c. 625), nos dan a conocer que «la Anunciación de la
Santísima María» era guardada como día de fiesta, con abstención de trabajos
serviles, pero es imposible decir si la fiesta caía el 18 de enero o el 18 de
marzo. Sin embargo, parece haberse reconocido generalmente que el día correcto
era el 25 de marzo y es casi seguro que la fiesta se celebraba, a pesar de la
Cuaresma, en marzo, como lo hacían los griegos, cuando bajo el reinado del Papa
San Sergio, al final del Siglo VII, encontramos que la Anunciación, junto con
otras tres fiestas de Nuestra Señora, se celebraba litúrgicamente en Roma. De
aquí en adelante, la fiesta, reconocida en los sacramentarios de Gelasio y
Gregorio, fue gradualmente aceptada en todo el Occidente, como parte de la
tradición romana.
Ver el artículo del abad
Cabrol sobre Annociatlon en DAC., vol. I, cc. 2241-2255; S. Vailhé, Echos
d'Orient, vol. IX (1906), pp. 138-145, también la misma publicación, vol. XXII
(1923), pp. 129-152; M. Jugie, en Byzantinische Zeitschrift, vol. XIV (1913)]
pp. 37-59, y en Analecta Bollandiana, vol. XLIII (1925), pp. 86-95; y K. A.
Kellner, Heortology (1908). En la fecha de la Crucifixión y su identificación
con el día de la concepción del Señor, cf. también el admirable artículo de C.
H. Turner sobre Chronology of the New Testament en Hastings, Dictionary of the
Bible.
Imágenes:
-Miniaturista Inglés:
Salterio de San Albano, 1120, Iluminación en pergamino, 18 x 14 cm, iglesia de
San Gotardo de Hildesheim.
-Escultor románico
español: Anunciación, c. 1205, piedra, Santo Domingo de Silos.
-Maestro español
desconocido: Anunciación, c. 1430, madera, 140 x 169 cm, Museu Nacional d'Art
de Catalunya, Barcelona.
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